El paso conocido como Hole in the Rock Trail «agujero en la roca» tiene su origen en el año 1879 cuando un grupo de pioneros mormones, denominados la Misión de San Juan, partieron desde Forty Mile Spring con la intención de cruzar el río colorado y fundar un nuevo asentamiento en su orilla oriental.
Siguiendo los pasos de los pioneros a través de Utah
Se encontraban en medio del actual estado de Utah, EEUU, y ante ellos tenían miles de kilómetros cuadrados de áridos y escarpados paisajes de roca.
En lugar de tomar una ruta conocida decidieron arriesgar y tomar un atajo a través de tierras tan inhóspitas como inexploradas que esperaban llenas de obstáculos imposibles, siendo el mayor de ellos el cañón del Río Colorado.
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Durante 6 meses trabajaron sin cesar para establecer pasos imposibles entre/por/sobre las paredes de rocas de cientos de metros de altura sin más ayuda que sus picos y palas.
Finalmente lograron lo imposible al descender con sus carruajes hasta las profundidades de la garganta del Colorado y volviendo a ascender por su orilla opuesta dónde fundaron el asentamiento que da nombre a la actual ciudad de Bluff.
Actualmente la histórica ruta está dividida en dos por el impresionante embalse Lake Powell quedando así un corto pero impasable tramo sumergido bajo las aguas del río Colorado.
La parte occidental lleva desde cerca de la localidad de Escalante hasta el cañón. Sus 100km de longitud transcurren por una pista de tierra en buenas condiciones, transitable para cualquier tipo de vehículo con buena climatología.
La parte oriental sin embargo es una ruta rota delineada sobre el árido suelo de roca únicamente transitable por vehículos todoterreno bien preparados.
Situado entre el propio embalse y la carretera estatal 276 este tramo cuenta con 40kms de longitud que, al ser sin salida, se convierten en 80.
Equipo de 4×4 Proyect Hole in the Rock Trail
80kms de pura roca que el equipo de 4x4proyect exploró con su Jeep Wrangler LJ como nos cuentan a continuación.
En esta ocasión decidimos realizar la ruta en dos vehículos. Debido a lo remoto del emplazamiento, en medio del desierto de Utah, intentarla en solitario sería descabellado.
Cualquier problema mecánico o atasco podrían acabar en tragedia quedando los integrantes expuestos al arisco clima de Utah a decenas de kilómetros de cualquier población.
Nuestro viaje comienza en Las Vegas, Nevada. Yo he llevado nuestro fiel Wrangler LJ hasta allí desde California y recojo a mi hermano Andrés que me acompaña en esta aventura como fotógrafo de la expedición.
Esa misma noche, acampados a orillas del Lago Mead, nos reunimos con Salah y Dave que, en su Toyota 4Runner, nos acompañarán durante el viaje.
Por delante tenemos una larga jornada de carretera hasta Hall’s Crossing, el poblado más cercano al inicio de nuestra ruta.
Durante el recorrido atravesamos todo el sur de Utah y aprovechamos para asomarnos a los Parques Nacionales de Zion con sus impresionantes paredes de roca arenisca y Bryce Canyon con sus conocidas agujas rojas.
Solo estos dos lugares ya serían suficientes para disfrutarlos durante días, pero continuamos rumbo a nuestra meta, por las carreteras de Montana, un estado poco conocido. Ya de noche llegamos a Hall’s Crossing y acampamos a las afueras en medio del desierto.
Estamos ya en abril y aún así las temperaturas llegan a los 0º durante la noche.
Antes de comenzar la ruta debemos repostar. Cómo es temporada baja la única gasolinera de la zona está cerrada y el único combustible en 100 km a la redonda es en el aérodromo de Hall’s Crossing.
Hablamos con el guarda que nos da acceso al campo de vuelo y, entre avionetas, efectuamos el repostaje más curioso que recordamos hasta la fecha.
Nos ponemos en marcha y tras unos pocos kilómetros de carretera empezamos la ruta.
El primer tramo se presenta agradable. Pista de grava bien mantenida en un paisaje tan desolado como bello. Después la pista empieza a empeorar hasta el punto de que muchos tramos literalmente suben y bajan por las rocas sin más indicativo que las marcas que las ruedas dejan en suelo y piedras.
Los restos de un antiguo camión militar abandonado durante una operación son testigos mudos de las duras condiciones.
Siempre en reductora vamos superando rampas, escalones e inclinaciones de roca atravesando lo que se nos presenta como un paraíso del 4×4.
No son pocas las veces que los copilotos se bajan a dar indicaciones para superar un paso complicado o tomar fotos.
Una de las rampas infinitas nos lleva a lo alto de una meseta y nos encontramos con una vista impresionante. Ante nosotros las hoces del Rio San Juan, afluente del Colorado, y tras ellas un mar infinito de roca arenisca y desierto. En el horizonte divisamos Monument Valley y picos todavía nevados mientras intentamos asimilar la inmensidad del lugar.
Continuamos por la meseta que nos permite rodar a buen ritmo durante unos pocos kilómetros hasta que acaba bruscamente y volvemos a encontrarnos con paredes y obstáculos de roca surrealistas.
Por suerte el agarre sobre la roca arenisca es excelente quedando como peligro principal las fuertes pendientes y pronunciadas inclinaciones laterales. Nos recordamos que toda precaución es poca, llevamos ya 6 horas de ruta sin habernos cruzado con nadie. Red móvil? Ni por asomo. Dependemos únicamente de nosotros.
Tras escalar otra meseta por una pared casi vertical llegamos al punto más espectacular de la ruta. Se trata de una fuerte pendiente, llamada The Chute, “El Tobogán” de unos 40° de inclinación que desciende en línea recta por la pared de la meseta. Su longitud: nada menos que 300m! Y por si fuera poco, la entrada se efectúa por un pronunciado escalón lateral y a la salida hay que esquivar agujeros capaces de tragarse un coche entero.
Coincidimos en que nunca hemos rodado por un lugar equiparable. Sin salir de nuestro asombro realizamos un reconocimiento a pie. Con la línea ideal trazada en nuestras cabezas afrontamos el obstáculo y el nivel de adrenalina se dispara.
La inclinación hace que por el parabrisas solo se vea suelo rojo y por el retrovisor cielo azul. La tensión se va transformando en amplía sonrisa al constatar que los neumáticos encuentran agarre sobre la roca. Con plena concentración centramos los vehículos sobre la escupidera en forma de V que se convertiría en trampa fatal para quien, por despiste, perdiera la trazada recta.
Llegamos abajo y nos detenemos incrédulos a ver por dónde acabamos de bajar. Alguien comenta que mañana tocará subirlo.
Ya estamos en las inmediaciones del final de la ruta, marcada por el profundo Cañón del Colorado, y como se avecina mal tiempo decidimos apresurarnos en buscar refugio.
Una olla entre rocas nos servirá de protección durante la noche. Montamos campamento y hacemos una deliciosa cena. Al terminar nos sentamos alrededor de la hoguera para entrar en calor y disfrutar de un cielo estrellado como solo se ve en el desierto. Nos metemos en la tienda y al poco rato se levanta una tormenta de arena de la que nos acordaremos durante mucho tiempo.
El día, por suerte, amanece despejado y tranquilo. Sacudimos la arena acumulada durante la noche y nos ponemos en marcha.
Al poco de arrancar volvemos a la impresionante rampa, esta vez de subida.
Ya conociendo el terreno avanzamos con paso mucho más seguro que el día anterior. La soltura ganada nos permite disfrutar más del paisaje.
A buen ritmo vamos deshaciendo el camino, volviendo a pasar todas las zonas y vistas espectaculares.
Ya es media tarde cuando llegamos al inicio de la ruta y nos detenemos para celebrar la ausencia de contratiempos y roturas.
Mientras hacemos trabajar los compresores para reestablecer la presión de carretera de los neumáticos y celebramos una reunión de equipo para decidir el rumbo a seguir. Como hemos avanzado a muy buen ritmo disponemos de tiempo de sobra, así que decidimos aprovechar y explorar los montes de Utah, el legendario Monument Valley y el Gran Canón del Colorado. Pero eso será en el próximo reportaje.